martes, 9 de agosto de 2011

Minería: trabajo de muchos, riqueza de pocos


Una población amplia de mestizos, blancos, negros libres, mulatos y zambos pobres garantizaban el 85% de la producción minera de Antioquia. Fotos: AFP
Una población amplia de mestizos, blancos, negros libres, mulatos y zambos pobres garantizaban el 85% de la producción minera de Antioquia. Fotos: AFP
Durante tres siglos, el actual territorio colombiano produjo oro y lo envió a España a razón de tres, cuatro o más toneladas métricas por año.
Durante tres siglos, el actual territorio colombiano produjo oro y lo envió a España a razón de tres, cuatro o más toneladas métricas por año.
Entre 1580 y 1630, la explotación de oro utilizó intensivamente la mano de obra esclava. La actividad se realizaba con barras, barretones, recatones y bateas.
Entre 1580 y 1630, la explotación de oro utilizó intensivamente la mano de obra esclava. La actividad se realizaba con barras, barretones, recatones y bateas.
Por: Ana Catalina Reyes Cárdenas, Vicerrectora Sede Medellín Historiadora Universidad. UNPeriódico

En el mapa actual de Antioquia, la mayoría de zonas mineras presentan un alto índice de necesidades básicas insatisfechas, graves problemas ambientales y poblaciones desestructuradas que han padecido violencia endémica. Un recorrido histórico permite ver el impacto que ha tenido esta actividad en la región, y llama la atención sobre los retos que enfrenta hoy el país frente al expectante ciclo que se aproxima.

Es claro que la configuración de la actual Colombia, antiguo Virreinato de la Nueva Granada, estuvo marcada desde su descubrimiento por la existencia de minerales, en particular del oro.

Poco después de la conquista  hecha por los españoles, en los siglos XVI y XVII la producción minera determinó la forma de asentamiento, la fundación de las ciudades, los caminos trazados, las características de la sociedad y la población colonial de la Nueva Granada.

Por ello, ser hoy un país multicultural y pluriétnico está asociado con la explotación minera. La inicial población indígena, subyugada, víctima de enfermedades, epidemias, desplazamientos, guerras y sometida al duro trabajo en las minas, sufrió tal exterminio, que los españoles temieron no contar con gentes para su proyecto colonizador. Las leyes protectoras de los indios, promulgadas por la Corona, tenían como objeto garantizar esta empresa. 
Prohibido el trabajo en minería para dichos grupos humanos, fueron reemplazados por otra mano de obra: los africanos esclavizados. Este hecho dramático marcaba la importante presencia de la cultura negra en la Nación.

Durante tres siglos, el actual territorio colombiano produjo oro y lo envió a España a razón de tres, cuatro o más toneladas métricas por año. Para algunos autores, esta cifra represaba en el siglo XVII el 25% del oro que circulaba en Europa.

Los centros mineros de la Nueva Granada estaban localizados cerca a Popayán, en la zona del Valle del Patía, concretamente en las poblaciones de Barbacoas, Raposo, Iscuandé y en el Chocó. Las cuadrillas de esclavos pertenecientes a las ricas familias de Popayán –aún con escasa tecnología– garantizaban la productividad minera con un intensivo e inhumano trabajo.

En Antioquia florecieron en el siglo XVI y XVII (1580-1630) las zonas mineras de Zaragoza, Remedios, Santa Fe de Antioquia, Cáceres y Guamocó. En ellas se explotaron yacimientos de aluvión, mientras los de veta se exploraron en Buriticá, Marmato y Supía. En estas regiones también se utilizó de forma intensiva el servicio de los esclavos.

Las herramientas empleadas eran elementales y se restringían a barras, barretones, recatones, bateas y el uso de pólvora negra en la minería de veta. Al finalizar el siglo XVII se menciona la existencia de algunas bombas y molinos, especialmente en la mina de Buriticá.

A principios del siglo XVIII, el primer ciclo del oro llegaba a su fin. La producción minera había disminuido de forma drástica, y no se contaba con innovaciones tecnológicas que la hicieran más beneficiosa. Por otro lado, el alto costo de los esclavos y de los alimentos (por la baja producción agrícola) en los distritos mineros afectaba las ganancias de los empresarios, desequilibrio que aumentó los costos de dicha actividad y la miseria de los habitantes de la región.

Mazamorreros y el renacer minero
En los primeros años del siglo XVIII se inicia un segundo ciclo minero, ahora en las tierras altas de San Pedro, Llano de Ovejas, Santa Rosa, Petacas (hoy Belmira) y Rionegro. Aunque inicialmente algunas de estas explotaciones contaron con cuadrillas de esclavos y utilizaron canelones, se fundamentaron en el trabajo de mazamorreros pobres y libres que empleaban para el oficio una precaria batea en los aluviones de los ríos.

La característica estacional de la minería de aluvión hacía insostenible el uso de esclavos que había que alimentar y mantener permanentemente. Los mazamorreros, en algunos sitios, combinaban su actividad con el trabajo agrícola en pequeñas parcelas de pan coger que les permitían la subsistencia de sus familias. De esta forma se disminuía el desequilibrio entre explotación minera y producción agraria, tan evidente en el primer ciclo.

Si bien no hay estudios que determinen claramente el tamaño del grupo de mazamorreros que recorrían distintos ríos en busca de oro, sí se sabe que hacia 1808 unas poblaciones amplias de negros libres, mulatos, zambos, mestizos y blancos pobres garantizaban el 85% de la producción minera de Antioquia. De hecho, la recuperación de esta actividad en el Nuevo Reino de Granada fue obra de ellos, y el departamento se convirtió en el principal productor de oro de la América española, en la segunda mitad de la centuria.

Este auge aurífero fue reforzado por un modelo de sociedad inspirado en las ideas de los reformadores ilustrados españoles del siglo XVIII. El visitador de la Corona, Juan Antonio Mon y Velarde, hizo un duro diagnóstico de la Antioquia de la época, de su pobreza generalizada a pesar de la producción de oro y del desorden social que reinaba; formuló con precisión un proyecto social en el que la población, en su mayoría nómada y díscola de mazamorreros, se debía asentar en colonias agrícolas; se propuso promover la ganadería y la diversificación de cultivos; bajo su impulso se fundaron las poblaciones agrícolas de San Luis de Góngora (Yarumal), San Antonio de Infante (Don Matías), Carolina del Príncipe y San José de Nare. El proyecto de Mon y Velarde transformó una zona minera en una de pequeños campesinos, que sería la base de la economía cafetera de la segunda mitad del siglo XIX.

Dicho ciclo permitió una acumulación de capital que sería definitiva en la transformación y diversificación de la región. El oro de los mazamorreros no los enriqueció, sino que fue a parar a los bolsillos de los rescatantes. Hábiles comerciantes de Medellín y Rionegro recorrían los distritos auríferos abasteciendo a mineros con sombreros, lienzos, alpargatas, mantas, telas, utensilios de cocina, herramientas, mieles, cacao, tabaco y aguardiente.

El volumen del comercio creció de forma importante, paralelo al aumento de la producción minera. Los mercantes lograron acumular capitales que permitieron la apertura de casas comerciales, almacenes que importaban productos europeos, sobre todo paños y géneros. Otros invirtieron en tierras en las que inicialmente sembraron caña de azúcar para mieles y aguardientes, o en ganadería para proveer distritos mineros.

Ciencia y tecnología, parte del éxito
Un tercer ciclo del oro se dio a partir de la independencia. En 1825, después de superar las guerras, la existencia de fortunas bien establecidas en Antioquia, al igual  que las casas comerciales y bancos, hicieron renacer el interés por la explotación de minas de veta. De la misma forma, la negociación de empréstitos con otras naciones, en los que se ofrecían como contraprestación las minas, hizo atractivo el mercado para compañías francesas, norteamericanas e inglesas.

A los ingleses se les brindó la posibilidad de explotar las minas de Marmato. Numerosos ingenieros europeos acompañaron estas gestiones. Carlos S. de Greiff, Tyrell Moore, Edward Walker, Alejandro Johnson, Carlos Cock y Pedro Nisser fueron algunos de los extranjeros que llegaron a ocuparse de las minas. Con ellos venían nuevos conocimientos y tecnologías. La mineralogía, geología, hidráulica, la mecánica aplicada, la metalurgia, la química y la geografía, sin duda le dieron un nuevo vigor al sector.

En 1828, importantes comerciantes de Medellín crearon la Sociedad de Minas de Antioquia, la cual adquirió la mina del Zancudo en Titiribí y otras compañías se dedicaron a la explotación en Anorí, Supía y el bajo Nechí. Las innovaciones hicieron parte esencial del éxito de este nuevo ciclo. La combinación de los conocimientos científicos y técnicos de los europeos, más la experiencia e inventiva de los trabajadores locales, dio paso a la construcción de un molino de pisones en madera movido por agua. Cinco años después, el ingeniero inglés Tyrell Moore incorporaría a la mina del Zancudo un molino de seis pisones que se usó activamente. Las minas antioqueñas se tecnificaron también con la rueda hidráulica, la amalgamación, el horno y los crisoles para fundir el oro.

El uso de tecnología avanzada, el trabajo asalariado y un adecuado financiamiento a través de préstamos con los bancos permitió que estos establecimientos se convirtieran en las primeras empresas capitalistas de la región. Después del Zancudo, la mayor empresa aurífera de Antioquia era la Frontino Gold Mine, que ocupaba 700 personas. Le seguía Marmato, en manos de los ingleses, y La Clara en Amalfi, con 250 empleados.

En 1851, el gobierno de José Hilario López declaró la abolición de la esclavitud. En el sur del país, la Popayán esclavista se levantó en una de las grandes guerras civiles. En Antioquia, por el contrario, los esclavos en la práctica habían sido abolidos desde 1813 y reemplazados por trabajo asalariado barato.

Sin el avance y consolidación de la economía minera en Antioquia habría sido imposible el sueño de construir un ferrocarril en esta áspera y compleja geografía. En 1874, el cubano Francesco Cisneros inició su construcción, que fue clave en la consolidación del auge minero y en la proyección económica de la región al conectarla con el resto del mundo.

Los desafíos hoy
Muchos de los empresarios mineros antioqueños, entre ellos Francisco Montoya, Eduardo Vásquez, Vicente Restrepo, Tulio Ospina y Alejandro Ángel, con la experiencia acumulada y los capitales amasados en las empresas mineras, se convirtieron en los fundadores de las primeras empresas industriales de Antioquia a principios del siglo XX, y avanzaron en la consolidación de Medellín como primer centro industrial del país.

A fines del siglo, el auge minero y la ausencia de una formación académica que permitiera afrontar de forma moderna la explotación de recursos y contar con la infraestructura necesaria para  una región y un país que se modernizaban, propiciaron en 1874 la creación de la primera Escuela de Ingeniería, anexa a la Universidad de Antioquia.

En 1887 se separó de esta y se convirtió en la Escuela Nacional de Minas. Su pensum refleja la importancia que tenía la formación de nuevas generaciones de ingenieros capaces de transformar la región y el país, como efectivamente sucedió. Tulio Ospina impartía Geología; Jorge Rodríguez, Geometría; Juan de la Cruz Posada, Explotación de Minas; Mariano Roldán, Matemáticas; José Mariah Villa, Geometría Analítica y Mecánica, y Alejandro López, Mineralogía.

Este breve recorrido nos da una idea del impacto que la explotación minera ha tenido en la conformación de la Nación y de una región como Antioquia, y al mismo tiempo llama la atención sobre los retos de hoy frente a un nuevo ciclo lleno de expectativas, pero que exige compromisos de la academia, los empresarios y los gobiernos.

Si miramos el actual mapa del departamento, salvo algunas zonas que han buscado la diversificación económica, las regiones mineras que hemos mencionado presentan un alto índice de necesidades básicas insatisfechas, graves problemas ambientales y comunidades desestructuradas y que han padecido ciclos de violencia endémica.

Debemos buscar un desarrollo productivo del país, en el que la minería sin duda juegue un papel determinante, pero en el que no se descuide el uso de tecnologías y procesos limpios que permitan la extracción y aprovechamiento de los recursos en compatibilidad con el ambiente. Se debe igualmente respetar el compromiso de generar riqueza no solo para los empresarios, sino también para las poblaciones en que se asientan los proyectos. Así como la minería en los siglos XVIII y XIX permitió la consolidación de otros modelos económicos y otras actividades, en el presente debe fomentar la creación de industrias

No hay comentarios:

Publicar un comentario